sábado, 26 de diciembre de 2009

NOTAS DE TRINCHERA (Cuento)

He perdido la cuenta del tiempo que llevamos metidos dentro de esta trinchera. Se nos ha ordenado mantener nuestra posición, esperar al enemigo y presentar batalla si es necesario. Sin embargo, el enemigo no se presenta. Ya no sé si han pasado semanas meses o años.En el día nos preocupamos de limpiar nuestras armas, comer algo caliente y bromear acerca de la guerra. Al principio nos manteníamos en alerta permanente, pero al pasar los días sin que el enemigo se presentase comenzamos a relajarnos. A veces escuchamos el sonido de un motor a lo lejos o el rumor de un avión en el cielo, entonces corremos como poseídos a ocupar nuestras posiciones. El comandante grita las órdenes con energía pero a la vez nos transmite calma y seguridad.
-¡Atención!! ¡¡Se aproximan tanques enemigos, todos a sus posiciones!! ¡¡cohetes listos!!
…..
La tensión aumenta, pero nada. El rumor se aleja y después de un buen momento escuchando el silencio, volvemos a nuestra rutina diaria.
No recuerdo ya la última vez que sentí caer un proyectil enemigo…¿alguna vez cayó un proyectil enemigo?
Se nos ha prohibido estrictamente asomarnos a mirar por sobre la trinchera durante el día. Sólo el comandante puede hacerlo (es por seguridad, por temor a los francotiradores enemigos –dicen-) por eso nos gusta la noche. Nuestras noches son casi siempre despejadas, el cielo se llena de estrellas. Nosotros jugamos a buscar formas en el cielo, apostamos cigarrillos a quién es el primero en divisar una estrella fugaz y niñerías por el estilo…las noches son hermosas.
La batería de la radio se agotó hace tiempo, por lo tanto no tenemos ninguna noticia del frente ni del mando central. Un camarada le ha preguntado al comandante -¿qué vamos a hacer?- El le ha respondido con dureza:
-¡Cumplir nuestro deber! Somos soldados, nuestro deber es cumplir las órdenes y nuestra orden es mantener la posición y esperar al enemigo.
Pero el enemigo sigue sin aparecer y todo parece tan irreal que incluso he llegado a dudar de nuestra propia existencia ¿y si fuéramos fantasmas? ¿si no fuéramos más que espectros anclados en el momento de haber sido vaporizados por una granada termonuclear y condenados a permanecer en esta trinchera por toda la eternidad? ¿Realmente será así morir? …no, no puede ser. No puede ser tan injusto nuestro destino. Tiene que haber otra opción a pasar eones inmersos en una guerra que ninguno de nosotros eligió. Muchos de nosotros tuvimos madre, novia e incluso hijos, pero dudo que alguno recuerde el olor de una mujer o la textura de la piel de un niño. Les he comentado esto a mis camaradas, pero ellos sólo ríen de mala gana y no dicen nada.
Tenemos raciones para resistir doscientos años en estas trincheras, sin embargo vivimos con lo mínimo, nuestros uniformes, nuestras chaquetas –otrora orgullosamente rojas- están raidos y sucios y los colores de nuestra bandera ya casi no se distinguen por lo desteñida que está a causa del sol y del viento. Los días pasan rápido, hemos perdido la cuenta y nadie –ni siquiera el comandante- podría decir a ciencia cierta en qué fecha estamos, en todo caso ese dato no es relevante para saber que esta guerra ha durado demasiado. Quisiera que el enemigo se presentara de una vez y morir en batalla cumpliendo mi deber de soldado…pero todo sigue igual; hace tiempo que no escuchamos motores ni aviones. Hace unos días escuchamos el canto de un pájaro, incluso casi podría asegurar que hace un par de noches atrás oí risas y algo como música muy a lo lejos. Se lo dije a mis camaradas, pero nadie más lo escuchó ¿me estaré volviendo loco? ¿quién podría ser capaz de celebrar y reír así en medio de esta cruenta guerra? ¿y que tal si ya no existe la guerra? ¿Qué tal si las risas y celebraciones son por el fin de esta odiosa guerra?.
El comandante halló la forma de hacer funcionar la radio generando electricidad a partir de desechos orgánicos, pero no se escucha nada más que un siseo monótono, no hay ninguna transmisión. Nos miramos las caras desilusionados; después todos hemos mirado al comandante y él nos ha alentado mediante una arenga patriótica (que no me tomé la molestia de oír) a cumplir las últimas órdenes conocidas mientras no exista una contraorden. Creo que el comandante también ha comenzado a cansarse.
Me ha comenzado a aflorar casi como una obsesión la idea de asomarme a mirar por sobre la línea de la trinchera. Entre broma y broma se lo he planteado a mi compañero de guardia, pero de vuelta sólo he recibido una gélida mirada y una aún mas fría respuesta: -Como te atrevas a hacer eso, yo mismo te meteré un tiro en la cabeza. No puede afectar de esa manera la moral de la tropa...¡¡tenemos que ser uno!!.-
Pese a la inesperada respuesta de mi camarada no puedo dejar de pensar cómo será el exterior. Lo único que he visto en quizá cuanto tiempo es este hoyo mugriento, mis camaradas y el cielo…
-¡¡ALERTA GENERAL!! ¡¡EL ENEMIGO SE APROXIMA!! (truena la voz metálica del Comandante)
Todos corremos a nuestras posiciones, preparamos nuestras armas y aguzamos nuestros sentidos por una, dos, tres horas…pero nada. Creo el comandante se ha dado cuenta de nuestras disquisiciones y ha inventado esta alerta para que dejemos de pensar, pero yo no puedo dejar de pensar en lo que hay allá afuera; tal vez la guerra terminó y nadie ha tenido la gentileza de avisarnos o tal vez el enemigo está ahí fuera esperando pacientemente a que finalmente nos rindamos por cansancio o nos volvamos locos…lo que suceda primero.
Anoche lo hice…me asomé por sobre la línea de la trinchera: mi compañero de guardia comenzó a dormitar y sin pensarlo dos veces miré al exterior antes que espabilara. No sé cuánto tiempo estuve mirando (estando aquí he perdido la noción del tiempo) sólo recuerdo que vi una extensa llanura a la luz de la luna y muy a lo lejos las luces de algo que podría ser un pueblo, una pequeña ciudad…o el campamento enemigo.
No puedo dejar de pensar en el apacible paisaje de anoche: la extensa llanura ondulada por suaves lomas que se recortaban nítidamente a la luz de la luna, aquella pequeña y distante ciudad (porque estoy seguro que era una ciudad. No se distinguían alambradas, ni humo, ni reflectores escudriñando el cielo) ¿estará allí el enemigo realmente? ¿y si no hay ningún enemigo? ¿y si no hay ninguna guerra? El comandante ha llamado a una nueva alerta general, pero yo ya sé que no es más que una triquiñuela para mantener nuestras mentes ocupadas. No puedo dejar de pensar en el paisaje de la otra noche mientras cargo los cohetes anti-tanque…tengo la certeza de que ningún enemigo va a venir. Esto ya no tiene sentido para mí…quiero salir de aquí.
Ha pasado tiempo desde la última alerta. No sé cuanto tiempo. No me he vuelto a asomar por sobre la línea de la trinchera, pero siento que no me hace falta volver a mirar al exterior para saber lo que quiero, sin embargo algo en mi ha cambiado: ya no pienso en que quiero salir de aquí….ahora pienso que voy a salir de aquí. Ya no hay dudas, ya no hay miedo; cualquier cosa que haya allá afuera no puede ser peor que esto. Si he de morir moriré, si he de caer prisionero caeré prisionero con la mayor dignidad y si no pasa nada de aquello, sin duda seré feliz.
No es cierto que no tenga miedo. No sé lo que hay allá afuera y lo desconocido me llena de pavor, pero últimamente pensar en la posibilidad de seguir en este infierno de las trincheras esperando sempiternamente por un enemigo que nunca aparece me eriza tanto la piel como el pensar en lo que puede haber allá afuera.
………
El sol comenzaba a recostarse sobre las montañas, había comenzado a hacer frío. Todos nos pusimos nuestras -alguna vez rojas- chaquetas de paño para abrigarnos. Íbamos a comenzar nuestra habitual ronda de cigarrillos cuando el comandante llamó estrepitosamente a una nueva alerta general:
-¡¡A SUS PUESTOS!! ¡¡EL ENEMIGO ATACA, ESTA VEZ NO HAY DUDAS!!
Todos corrieron como endemoniados a sus posiciones dejando tras de sí un reguero de cigarrillos a medio fumar y jarros de latón desparramados por el piso. Pero yo no corrí. Aproveché el momento de distracción para saltar sobre los sacos de arena amontonados al borde de la trinchera y después con un par de ágiles movimientos salté la primera y luego la segunda alambrada y corrí en la dirección opuesta del supuesto ataque. Cuando el comandante se dio cuenta de mi escapada comenzó a vociferar como un loco para que regresara y luego ordenó disparar sobre mí.
-¡¡Disparen, disparen, maten a ese traidor y cobarde!! ¡¡ Mátenlo!! ¡¡MATENLO!!
Las balas comenzaron a silbar sobre mi cabeza y después cada vez más cerca…sentí un golpe en la espalda, caí al suelo y no supe más.
Cuando desperté, ya no había disparos. Abrí los ojos y el cielo estaba hecho un cóctel glorioso de estrellas –estoy muerto- pensé -¿así que esto es morir?... pero no. No estaba muerto; lo supe por un fuerte calambre que me recorrió por todo el cuerpo
-No estoy muerto, los muertos no se acalambran- pensé, y comencé a recordar todo: la huída, los disparos y mi caída ¿qué me golpeó? Debe haber sido sólo una piedra que rebotó fortuitamente a causa de los disparos. Seguramente me creyeron muerto y dejaron de disparar, además tienen tanto miedo de salir de la trinchera que seguramente nadie se aventuró a venir a verificar si continuaba o no con vida. Me levanté trabajosamente y comencé a caminar. Todo el cuerpo me dolía creo que el esfuerzo de la huida fue demasiado después de tanto tiempo metido en aquella horrible trinchera sin hacer ejercicio.
A la distancia estaban aquellas luces de la…¿ciudad? Me detuve a contemplarlas, eran hermosas, era como si un pedazo del cielo se reflejara en un lago ¿y si fuera eso? ¿y si no fuera más que un espejismo?. Sólo había una forma de saberlo y comencé a caminar como hipnotizado, como un zombi solitario en plena noche en dirección a aquellas luces.
Caminé varias horas (en realidad no podría asegurarlo, sólo sé que caminé mucho). La luna era un espectáculo magnifico. Una brisa tibia acariciaba mi rostro, había olvidado esa sensación, la sensación de caminar, la sensación de mirar el horizonte recortado por la luna. Todo aquello era tan nuevo para mí siendo que seguramente lo había experimentado en algún momento de mi pasado. Una tibia sensación comenzó a anidarse en mi pecho y luego comenzó a recorrer mi cuerpo hacia mis pies, mis manos y mi cabeza; era tan dulce y agradable esa sensación que sin darme cuenta comencé a sonreír primero, luego a reír y luego a reír a carcajadas. Mi vida estaba completa, en ese momento podría haber aparecido el enemigo o el diablo en persona y no me hubiese importado nada pues en esa extensa caminata había sido feliz como no lo había sido en muchos años.
Al acercarme a las luces, al estar lo suficientemente cerca pude darme cuenta que efectivamente se trataba de una pequeña y hermosa ciudad, muy luminosa, con guirnaldas de luces colgando de los árboles y un sonido alegre y saltarín provenía de ella ¡era música! Realmente era música! La ciudad estaba de fiesta ¿pero que estaban celebrando?
Comencé a correr hacia la ciudad saltando y riendo, pero las piernas comenzaron a dolerme más y decidí calmar mis ímpetus y seguir caminando. De pronto divisé no muy lejos de mí un grupo de niños y niñas ¡niños y niñas! Que jugueteaban y correteaban alegremente ¿Dónde estaba el enemigo? ¿Dónde estaba la amarga y cruenta guerra de la que nos habían contado?. De pronto, una niña me vió y se quedó como petrificada. Los demás se dieron cuenta y se voltearon a mirarme…algo comentaron entre ellos y luego estallaron en júbilo:
-¡¡Es Papá Noel!!
-¡¡Mirad!! ¡Ha llegado Papá Noel! Mirad su barba y su cabello blancos.
- Yo le hacía más gordo- Dijo uno con un tono escéptico.
-¡Mirad su chaqueta roja! No hay duda, ha llegado Papá Noel, ¡FELIZ NAVIDAD!,¡FELIZ NAVIDAD A TODOS! ¡Escuchad cómo ríe!
Y reí, es verdad que reí como nunca y los niños hicieron una ronda a mi alrededor, me tomaron de la mano y saltando y cantando villancicos me llevaron a la ciudad. Y yo reí porque me dí cuenta en ese preciso momento que me había convertido en un viejo, no era más que una persona que se había pasado la vida metido en esa trinchera muerto de miedo ante un enemigo inexistente hasta convertirse en un viejo. En un primer momento no supe si reír o llorar, pero dado que todo a mi alrededor era fiesta elegí reír, a fin de cuentas ¡Linda broma me había gastado la vida!
………….
A veces, por las tardes a la hora del crepúsculo miro al horizonte, hacia las montañas, hacia el lugar donde deben estar aún las trincheras, esperando a ver si algún otro de mis camaradas se animó a salir de aquel horrible lugar. Me da tristeza pensar en que ellos siguen allí, pero luego pienso en mí y sonrío.
-Yo estoy aquí- me digo –me decidí a salir y ahora estoy aquí, convertido en un viejo canoso y remolón…pero salí de ahí y cambié mi destino…más vale tarde que nunca.