Son cerca de las
5 de la mañana. No puedo pegar un ojo. Me siento ansioso, hiperactivo,
sobreestimulado.
Me doy vueltas en la cama con velocidad de ardilla paranoica.
Me levanto con ganas de hacer algo, pero no tengo nada que hacer en pié me doy
una par de vueltas sobre mí mismo y decido volver a la cama...
Todo comenzó
hace unos cuatro meses atrás. En el lugar donde estuvo mi casa sólo había un
peladero cubierto por una especie de ceniza negra. El incendio se lo había
llevado todo pero no la solidaridad ni el cariño de los amigos que cada dos por
tres se aparecían con regalos para
esperar en buen pie la llegada de tiempos mejores: el dinero de alguna colecta,
bolsas con mercadería, ropa para mí, ropa de cama, una mate con su respectiva
bombilla, una cafetera eléctrica y un largo etcétera.
En el
intertanto, otro grupo de amigos se abocó a la tarea de hermosear y
mejorar la humilde mediagua de 6x3 m que
fue instalada en el sitio por cortesía del municipio. Los muchachos se
esmeraron a punta de sacrificar tiempo, dinero y merecidos descansos de fin de
semana. Como recompensa, poco a poco, la mediagüita se fue transformando en una
pequeña y coqueta cabañita de dos ambientes.
No obstante,
algo faltaba: el día del fatídico siniestro, la compañía de electricidad había
retirado “por seguridad” el empalme eléctrico con la promesa de que -cuando la
vivienda estuviese en condiciones- sólo bastaría una llamada telefónica para
reponer el suministro del vital servicio.
Me surgió la
certeza de que algo no funcionaba correctamente, cuando dos meses después de la
primera solicitud y después de múltiples respuestas y muchas excusas, aun no
había noticia de la reposición del suministro eléctrico. Contrariado y molesto
ensayé miles de gestiones con el fin de apurar el proceso: llamé por teléfono,
hablé con decenas de ejecutivos de call-center, fui a la oficina que la
compañía tiene en el centro. Interpuse un reclamo en el sitio web de la
compañía y otro ante el servicio del consumidor, incluso intenté evaluar con
abogados la posibilidad de una demanda civil por daños y perjuicios.
El asunto es que
cierta noche, cuatro meses después del fuego, llegando a mi casa después del
trabajo, noté que un coqueto medidor estaba fijado a la pared y dos cables
salían de él y lo conectaban con el tendido eléctrico: la luz había
–literalmente- regresado a mi vida…y había que celebrar.
Saqué de entre
algunas cosas que tenía guardadas, una linda cafetera eléctrica que me habían
obsequiado con su correspondiente paquete de café molido…había soñado con el
momento de beber el delicioso brebaje una vez que dispusiera de un espacio
adecuado y un motivo que valiera la pena en MI casa (Yo detesto el café de
tarro porque sólo me causa acidez estomacal, pero amo el aroma y el sabor del
café en grano recién preparado, negro y sin azúcar). Preparé café y me serví
una taza que saboreé y disfruté como si se tratara del mejor de los vinos.
Luego me serví otra y la disfruté mientras colocaba algo de música para animar
mi íntima fiesta en honor del retorno de
la electricidad, y luego me serví otra mientras repasaba textos de la
universidad a la luz de mi recién instalada lámpara de pié… y luego me serví
otra taza más…y luego, no me serví más porque la cafetera estaba vacía.
Y aquí estoy
ahora: son cerca de las 5 de la mañana. No puedo pegar un ojo. Me siento
ansioso, hiperactivo, sobreestimulado….
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