
Demasiado tiempo añorando sentir el agua sobre mi rostro como un beduino perdido en el desierto. Escudriñando el cielo con paciencia de añañuca esperando el momento de florecer. Oliendo el aire con escepticismo, escuchando el informe del tiempo como quien escucha las promesas electorales de algún politicastro...
El sonido de las primeras gotas se asoma con timidez sobre el techo de zinc obligándome a bajar el volumen de la radio para escucharlo mejor y finalmente no cabe duda: no son las últimas hojas del almendro de la casa verde, es la lluvia. Por fin la lluvia.
Salgo al patio y miro al cielo con los brazos abiertos (me gusta mirar las gotas en caida libre hasta estrellarse con mi rostro) en pocos minutos las gotas en mis anteojos me nublan completamente la vista. El suelo comienza a llenarse de puntitos oscuros: uno, dos, diez, miles hasta cubrir completamente todo. Todo el patio, la calle, el cerro responden desprendiendo un delicioso artoma a tierra mojada transformando el incipiente aguacero en una fiesta de los sentidos.
Suena mi teléfono, es mi hermana que acaba de salir de su trabajo...quiere que la espere con sopaipillas.
Suena mi teléfono, es mi hermana que acaba de salir de su trabajo...quiere que la espere con sopaipillas.
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